Frases del libro Historia de dos ciudades del autor Charles Dickens.
Curiosidades: Pelicula, personajes.
Historia de Dos ciudades
--------------
La época
Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo.
------------------
En este viaje de la diligencia de Dover ocurría como en todos los que hacía, es decir, que el guarda sospechaba de los viajeros, éstos recelaban uno de otro y del guarda, y unos a otros se miraban con desconfianza. En cuanto al cochero, solamente estaba seguro de sus caballos; pero aun con respecto a éstos habría jurado, por los dos Testamentos, que las caballerías no eran aptas para aquel viaje.
-------------
Es un hecho maravilloso y digno de reflexionar sobre él, que cada uno de los seres humanos es un profundo secreto para los demás. A veces, cuando entro de noche en una ciudad, no puedo menos de pensar que cada una de aquellas casas envueltas en la sombra guarda su propio secreto; que cada una de las habitaciones de cada una de ellas encierra, también, su secreto; que cada corazón que late en los centenares de millares de pechos que allí hay, es, en ciertas cosas, un secreto para el corazón que más cerca de él late.
-------------
En aquella época era cosa muy corriente la sentencia de muerte. La muerte es un remedio de la Naturaleza para todas las cosas y la Ley no tenía razón para ser distinta.
---------------
—Es una extraña casualidad la que nos ha puesto juntos —observó Sydney, —dado nuestro extraordinario parecido.
—Apenas me doy cuenta de nada —contestó Darnay, pues me resulta difícil comprender que aun pertenezco al mundo de los vivos.
—No es extraño. No hace mucho que estabais bastante más cerca del otro.
------------
— ¿Empezáis a creer en la realidad de vuestra existencia en este mundo? —le preguntó Sydney.
—Todavía me siento extraordinariamente confuso por lo que respecta al tiempo y al lugar, mas empiezo a darme cuenta de que existo.
—Debe de ser una satisfacción inmensa. Dijo esto con cierta amargura. —En cuanto a mí –añadió —mi mayor deseo es olvidar que pertenezco a este mundo. Nada tiene el mundo bueno para mí, excepto el vino, y nada tengo yo bueno para el mundo. En eso somos tal para cual. Y hasta creo que vos y yo somos también parecidos en esto.
-----------------------
-¿por qué no brindáis, señor Darnay?
— ¿Por quién?
—Pues por la persona cuyo nombre tenéis en la punta de la lengua. Estoy seguro de no equivocarme.
— ¡Brindo, pues, por la señorita Manette!
— ¡Por la señorita Manette! —exclamó Carton. —Es una niña deliciosa, con la que se haría muy a gusto un viaje en coche y a obscuras.
—Sí —contestó Darnay frunciendo las cejas.
—Vale la pena de compadecerse y de llorar por ella, y hasta la de que le juzguen a uno y de correr el peligro de ser condenado a muerte, sólo por ser objeto de su simpatía.
-------------------
—Permitidme ahora, señor Darnay, que os haga una pregunta.
—Con mucho gusto, pues os estoy obligado.
— ¿Creéis serme simpático?
—En realidad, señor Carton. No me había preguntado tal cosa.
—Pues preguntáoslo.
—Habéis obrado como si os fuera simpático, pero creo que no os lo soy.
—Creo lo mismo y he de añadir que tengo formada excelente opinión de vuestra inteligencia.
-------------------
—Una palabra más, señor Darnay. ¿Creéis que estoy borracho?
—Creo que habéis bebido, señor Carton.
— ¿Lo creéis? Ya sabéis que he bebido.
—Puesto que me lo decís, he de confesar que habéis bebido.
—Pues ahora vais a saber por qué. Soy un desilusionado, señor. No me importa nadie en el mundo y a nadie le importo yo.
—Es una lástima. Podríais haber hecho mejor uso de vuestro talento.
—Es posible, señor Darnay, pero tal vez no. A pesar de todo no tengáis demasiadas esperanzas, porque aun no sabéis lo que puede reservaros la suerte. Buenas noches.
-----------------
— ¿Me es simpático ese hombre? —Murmuró ante su propia imagen. — ¿Por qué ha de serme simpático un hombre que se me parece tanto? No hay en mí nada que me guste. Y no comprendo por qué has cambiado así. ¡Maldito seas! A fe que merece simpatía el hombre que me demuestra lo que yo podría haber sido y no soy. Si fuera él podría haber sido objeto de la mirada de aquellos ojos azules y compadecidos por aquel lindo rostro.
Pero vale más ser franco y decirlo claro. Odio a ese hombre.
-----------------
—Me sorprendió, Sydney, tu intervención acerca de la identificación del individuo. ¿Cómo te fijaste en el parecido?
—Me fijé en que era un hombre guapo y me dije que yo habría podido ser lo mismo si la suerte me hubiese favorecido.
El señor Stryver se echó a reír hasta el punto de que se movió su desarrollada panza.
-------------------
—¿qué te pasa que vienes tan malhumorado? Tómate un vaso de ponche y te alegrarás.
El chacal profirió un gruñido e hizo lo que su amigo le indicaba.
—Siempre ha sido lo mismo. Tan pronto estás arriba como abajo; a veces lleno de entusiasmo y a los dos minutos desesperado.
—Sí —contestó el aludido dando un suspiro. — Soy el mismo Sydney, con la misma suerte. Ya cuando estudiaba me dedicaba hacer los temas y los ejercicios de otros muchachos y descuidaba los míos.
-y ¿Por qué?
-Solo Dios sabe. Porque era así.
-----------------
—La verdad es, Sydney —le dijo Stryver, — siempre has llevado mal camino. Careces de energía y de voluntad. Mírame a mí.
-Lo menos que puedo pedirte —contestó Sydney— es que no me vengas con sermones.
— ¿Cómo he logrado lo que tengo? ¿Cómo hago lo que hago?
—En parte, porque me pagas para que te ayude, supongo. Pero no hay necesidad de que me dirijas reproches. La verdad es que siempre has hecho lo que has querido.
-Cuando estudiábamos eras siempre el primero y yo el último.
—Porque me lo proponía. Ya comprenderás que no nací en primera fila.
—Yo no estaba presente en la ceremonia, pero creo que sí —exclamó Carton riéndose.
------------------
—Pues hablaremos de la linda testigo...
—¿Quién es?— preguntó Sydney malhumorado.
—La hermosa hija del doctor Manette.
— ¿Te parece bonita?
— ¿No lo es?
—No.
— ¡Pero si fue la admiración de toda la sala!
— ¿Y quién ha hecho de Old Bailey juez de belleza? ¡Aquella muchacha no era más que una muñeca rubia!
— ¿Sabes, Sydney, que empiezo a sospechar que simpatizaste más de la cuenta con aquella muñeca rubia y por eso viste en seguida que se ponía mala?
—Me parece que no se necesita un anteojo para darse cuenta de que se desmaya una muchacha a una yarda de distancia. Pero conste, por eso, que niego que aquella muchacha fuese hermosa.
-----------------
El sol se levantó tristemente, pero salió sobre una noche no más triste que aquel hombre dotado de talento y de buen corazón, incapaz de dirigir convenientemente sus cualidades, incapaz de ayudarse a sí mismo y de conquistar la felicidad, aunque se daba cuenta de que cada vez se hundía más y más y por fin se abandonaba a su lamentable destino.
--------------
—Seguramente habéis adivinado lo que quiero decir, aunque no podéis imaginaros cuán profundo es mi sentimiento. Querido doctor Manette, amo profundamente a vuestra hija, la amo con toda mi alma, desinteresadamente. La amo como muy pocos han amado en el mundo. Y como vos también habéis amado, dejad que por mí hable el amor que sentisteis.
-----------------------
—¿Habéis hablado a mi hija de vuestro amor?
—No, señor.
—¿No le habéis escrito?
—Jamás.
—Sería injusto no reconocer que vuestra delicadeza es motivada por la consideración que, me habéis tenido. Y por ello os doy las gracias.
—Sé —dijo Darnay —y no puedo ignorarlo, pues os he visto un día tras otro, que entre vos, doctor Manette, y vuestra hija hay un afecto tan poco corriente, tan tierno y tan en armonía con las circunstancias en que se ha desarrollado, que difícilmente se hallaría otro caso igual. Sé, doctor, qué, confundido con el afecto y el deber de una hija que ha llegado a la edad de la mujer, existe en su corazón todo el amor y la confianza hacía vos, propios tan sólo de la infancia. Sé que en su niñez no tuvo padres, y por eso está unida a vos con toda la constancia y fervor de sus años presentes y la confianza y amor de los días en que estuvisteis perdido para ella. Sé que si hubieseis sido devuelto a ella después de vuestra muerte, difícilmente tendríais a sus ojos un carácter más sagrado que el que ahora tenéis para ella. Sé que cuando os abraza os rodean los brazos de la niña, de la joven y de la mujer a un tiempo. Sé que al amaros, ve y ama a su madre cuando tenía su propia edad, y os ve y os ama a mi edad; que ama a su madre cuyo corazón fue destrozado por el dolor, y que os ama en vuestro espantoso destino y en vuestra bendita liberación. Todo esto lo sé, pues lo he estado viendo noche y día en vuestro hogar.
El padre estaba silencioso, con la frente inclinada. Su respiración era agitada, pero contuvo toda otra señal de la emoción que lo embargaba.
—Y como sé todo esto, querido doctor Manette —añadió el joven, por eso me he contenido cuanto me ha sido posible. Comprendo que tratar de introducir mi amor entré el del padre y de la hija es, tal vez, querer participar de algo superior a mí. Pero amo a vuestra hija, y el cielo me es testigo de que la adoro.
—Lo creo —contestó el padre tristemente.— Ya me lo figuraba. Lo creo.
--------------
—eres un perro insensible.
—Tú, en cambio, eres un espíritu sensible y poético. –comento Sydney.
—¡Hombre! —exclamó Stryver riéndose. — No pretendo ser la esencia de la sensibilidad, pero soy bastante más delicado que tú.
—Eres más afortunado solamente.
—No es eso. Quiero decir, más... más...
—Digamos galante —sugirió Carton.
—Bien. Digamos galante. Lo que quiero decir es que soy un hombre —contestó Stryver—que procura ser agradable, que se toma algunas molestias para ser agradable, que sabe ser más agradable que tú en compañía de una mujer.
—Has estado en casa del doctor Manette tantas veces como yo, o más tal vez. Y siempre me ha avergonzado tu aspereza de carácter. Tus maneras han sido siempre las de un perro huraño y de mal genio, y, francamente, me he avergonzado de ti, Sydney.
—Pues para un hombre como tú, ha de resultar altamente beneficioso avergonzarse de vez en cuando, y por lo tanto deberías estarme agradecido.
—No lo tomes a broma —replicó Stryver.— No, Sydney. Es mi deber decirte, y te lo digo, a la cara por tu bien, que eres un hombre que no tiene condiciones para estar en sociedad. Eres un hombre desagradable.
Sydney se echó a reír.
—¡Mírame! —exclamó Stryver pavoneándose. —Tengo menos necesidad de hacerme agradable que tú, pues me hallo en una posición mucho más independiente. ¿Por qué, pues, me hago agradable?
—Nunca he visto que lo fueras —murmuró Sydney.
—Lo hago por deber y porque lo siento.
------------
—Mejor sería que prosiguieras con tu cuento acerca del matrimonio. Ya sabes que soy incorregible.
—No tienes bastantes asuntos para poder ser incorregible —repuso malhumorado Stryver.
—Es verdad, no tengo asuntos que yo sepa
---------------
-¿quién es la dama?
—No quisiera que la mención de su nombre te produjera disgusto, Sydney —dijo Stryver preparándose con exagerada cordialidad — porque me consta que no sientes la mitad de lo que dices; pero si lo sintieras, todo sería igual porque no tiene importancia. Hago este ligero exordio porque una vez me hablaste de esta dama en términos bastante ligeros.
—¿Yo?
—Sí, y precisamente en esta habitación.
Sydney Carton miró el ponche y a su amigo; luego bebió y volvió a mirarlo.
—Al hablar de esta dama dijiste que era una muñeca de dorado cabello. Esta joven dama es la señorita Manette. Si fueras hombre dotado de alguna sensibilidad y delicadeza, ciertamente me habría ofendido la expresión que usaste, pero ya sé que careces de todo eso. Por lo tanto, no me molesta, como no me molestaría la opinión de un hombre que juzgara un cuadro mío, si carecía de gusto artístico o que censurase una composición musical mía si no tuviese oído.
-----------------------
—¡Vaya una razón! ¡Que un hombre de negocios como vos, un hombre de edad y de experiencia que ocupa un alto cargo en un Banco, se atreva a decir que no tengo probabilidades de éxito, cuando él mismo ha reconocido la existencia de tres razones, cada una de las cuales basta para asegurarlo! ¡Y es capaz de decirlo con la cabeza sobre sus hombros!
—Cuando hablo del éxito, me refería al que podéis lograr con la señorita Manette; y al tratar de las causas y razones que hacen probable este éxito, me refiero a las que pueden influir sobre la señorita Manette. Hay que tener en cuenta a la señorita. A la señorita ante todo.
—Con lo cual me dais a entender que, en vuestra opinión, la señorita no es más que una tonta.
—No es así. Lo que quiero deciros. que no consentiré a nadie que pronuncie una palabra irrespetuosa contra esa señorita, y que si existiera un hombre tan grosero, tan mal educado y de tan mal genio que no pudiera contenerse y hablara con poco respeto de esta señorita en mi presencia, ni siquiera Tellson seria capaz de impedir que yo le diera una lección.
----------------
Si Sydney Carton brilló en alguna ocasión o en alguna parte, seguramente no fue en casa del doctor Manette. Durante un año entero visitó la casa con frecuencia, pero siempre parecía pensativo y triste. Cuando se lo proponía hablaba bien, pero su indiferencia por todo lo rodeaba de una nube que raras veces atravesaba la luz de su inteligencia.
-------------
Subió la escalera y encontró a Lucía ocupada en sus quehaceres. La joven nunca se había sentido a gusto en compañía de Carton y por consiguiente lo recibió con cierto embarazo, pero él se sentó a la mesa, cerca de ella. La joven miró el rostro de Carton después de cambiar algunas palabras sin importancia y observó que en él había un gran cambio.
—Me temo que no andéis bien de salud, señor Carton —dijo.
—No. La vida que llevo, señorita Manette, no es la más apropiada para gozar de buena salud. Pero, ¿qué se puede esperar de los libertinos?
— ¿Y no es una lástima, os ruego que me perdonéis, no llevar una vida mejor?
— ¡Dios sabe que es una vergüenza!
—¿Por qué, pues, no cambiáis de modo de vivir?
La joven lo miró afectuosamente y se sorprendió y entristeció al ver que los ojos de Carton estaban mojados de lágrimas. Y con insegura voz contestó:
—Ya es demasiado tarde. No puedo ser mejor de lo que soy. Por el contrario, me hundiré más y seré aún peor.
---------------
—¿Queréis escucharme?
—Estoy dispuesta a hacer cualquier cosa beneficiosa para vos y si consiguiera haceros más feliz sentiría una grande alegría.
—¡Dios os bendiga por vuestra dulce compasión!
Descubrió el rostro y empezó a hablar con mayor firmeza:
—No temáis escucharme ni os molesten mis palabras, cualesquiera que sean. Soy como un hombre que hubiese muerto muy joven. Toda mi vida ha sido un fracaso.
—No, señor Carton. Estoy segura de que aun podría desarrollarse lo mejor de ella. Estoy segura de que podríais ser mucho más digno de vos mismo.
—Decid digno de vos, señorita Manette, y aunque estoy seguro de lo contrario, nunca olvidaré vuestras bondadosas palabras.
La joven estaba pálida y temblorosa y él prosiguió diciendo:
—Si hubiera sido posible, señorita Manette, que correspondierais al amor del hombre que tenéis delante —de este hombre degradado, fracasado, borracho y completamente inútil,— él se diera cuenta de que, a pesar de su felicidad, no os habría acarreado más que la miseria, la tristeza y el arrepentimiento, pues os habría hecho desgraciada y os arrastrara en su caída. Sé perfectamente que vuestro corazón no puede sentir ternura alguna hacia mí y no solamente no la pido, sino que doy gracias al cielo de que eso no sea.
—¿No podría salvaros a pesar de eso, señor Carton? ¿No podría hacer que os inclinarais a seguir un camino mejor? ¿No puedo recompensar así vuestra confianza? —dijo ella después de alguna vacilación y muy conmovida. Él meneó negativamente la cabeza.
—No es posible. Si os dignáis escucharme todavía, veréis que eso sería imposible. Solamente deseo deciros que habéis sido el último sueño de mi alma. Aun en mi degradación, vuestra imagen y la de vuestro padre, así como este hogar, han despertado en mí sentimientos que creía desaparecidos. Desde que os conocí, me turba el remordimiento que no creí ya vivo y he oído voces, que creía silenciosas, que me incitan a recobrar el ánimo. He tenido ideas vagas de volver a esforzarme, de empezar de nuevo la vida, de arrojar de mí la pereza y la sensualidad y volver a la abandonada lucha. Pero todo eso no es más que un sueño, que no conduce a nada y que deja al dormido donde estaba, aunque deseo deciros que estos sueños los inspirasteis vos.
--------------
—¿Y no queda nada de ellos? ¡Oh, señor Carton, pensad nuevamente en todo eso! ¡Probadlo otra vez!
—No, señorita Manette, me conozco bien y sé que no merezco nada. Pero todavía siento la debilidad de desear que sepáis con qué fuerza encendisteis en mí algunas chispas a pesar de no ser yo más que ceniza, chispas que se convirtieron en fuego, aunque a nada conduce, pues arde inútilmente.
—Ya que tengo la desdicha de haberos hecho más desgraciado de lo que erais antes de conocerme...
—No digáis eso, señorita Manette, porque de ser posible, únicamente vos podríais haber hecho el milagro. No sois la causa de que mi desgracia sea mayor.
—Ya que he sido la causa del estado actual de vuestra mente, ¿no podría usar de mi influencia en vuestro favor? ¿No tendré para con vos la facultad de haceros algún bien, señor Carton?
—Lo mejor que puedo hacer ahora, señorita Manette, he venido a hacerlo aquí. Dejad que en mi desordenada y extraviada vida me lleve el recuerdo de que vos hayáis sido la última persona del mundo a quien he abierto mi corazón y de que en él haya todavía algo que podáis deplorar y compadecer.
—Aunque sigo creyendo, con toda mi alma, que sois capaz de mejores cosas.
—Es inútil, señorita Manette. Me he probado a mí mismo y me conozco mejor. Sé que os apeno y por eso voy a terminar. ¿Queréis prometerme que cuando recuerde este día pueda estar seguro de que la última confidencia de mi vida reposa en vuestro puro e inocente pecho, y que está ahí solo y no será compartido por nadie?
—Si esto ha de serviros de consuelo, os lo prometo.
—¿No lo daréis a conocer ni a la persona más querida para vos y a quien habéis de conocer todavía?
—Señor Carton —contestó la joven emocionada,— este secreto es vuestro y no mío y os prometo respetarlo.
—Gracias, Dios os bendiga.
------------
Deseo deciros que habéis sido el último sueño de mi alma.
------------
Solamente deseo deciros que habéis sido el último sueño de mi alma. Aun en mi degradación, vuestra imagen y la de vuestro padre, así como este hogar, han despertado en mí sentimientos que creía desaparecidos. Desde que os conocí, me turba el remordimiento que no creí ya vivo y he oído voces, que creía silenciosas, que me incitan a recobrar el ánimo. He tenido ideas vagas de volver a esforzarme, de empezar de nuevo la vida, de arrojar de mí la pereza y la sensualidad y volver a la abandonada lucha. Pero todo eso no es más que un sueño, que no conduce a nada y que deja al dormido donde estaba, aunque deseo deciros que estos sueños los inspirasteis vos
-----------------
Pero todavía siento la debilidad de desear que sepáis con qué fuerza encendisteis en mí algunas chispas a pesar de no ser yo más que ceniza, chispas que se convirtieron en fuego, aunque a nada conduce, pues arde inútilmente.
------------------
He tenido la debilidad y aun tengo la debilidad de desear que sepáis que con súbita maestría habéis prendido en mi, montón de cenizas que yo soy, un fuego….
--------------
—¡Tarda tanto! —exclamó Defarge.
—¿Y qué cosa es la que no tarda? La venganza y la justicia siempre necesitan mucho tiempo.
—No tarda tanto el rayo en herir a un hombre —observó el marido.
—Pero ¿cuánto tiempo —replicó la mujer— se necesita para acumular la electricidad del rayo? Dímelo.
Defarge levantó la cabeza, pero no contestó.
—No tarda mucho un terremoto en tragarse una ciudad ¿Sabes, por ventura, cuánto tiempo es necesario para que se prepare un terremoto?
—Bastante tiempo, me parece.
—Pero cuando está preparado y se produce, reduce a polvo todo lo que encuentra. Y en la actualidad se está preparando, aunque nadie lo vea o lo oiga. Este es tu consuelo. Recuérdalo.
—Te aseguro —añadió extendiendo la mano,— que si bien el camino es largo, está ya en él y en marcha. Te digo que nunca retrocede ni se detiene. Siempre avanza.
-----------------
—Señor Darnay, tengo los mayores deseos de que seamos amigos.
—Me parece que lo somos ya contestó Darnay.
—Sois lo bastante amable para contestarme así, pero no deseo oír de vuestros labios palabras de pura fórmula. Lo que deseo es lograr vuestra amistad sincera y verdadera.
—Casi no os comprendo —le contestó Carlos sonriendo.
—Es difícil darme a entender, pero voy a intentarlo. ¿Os acordáis de cierta ocasión en que yo estaba más borracho que de costumbre?
—Recuerdo una ocasión en que me obligasteis a confesar que habíais bebido algo más de la cuenta.
—También yo me acuerdo. Pues bien, en aquella ocasión estuve insufrible acerca de si me erais simpático o no. Quisiera rogaros que olvidarais todo aquello.
—Hace tiempo que lo olvidé.
—¡Vuelta a las amabilidades de pura fórmula! Yo no me olvido con esa facilidad, y una respuesta ligera como la que acabáis de darme no ha de contribuir a que olvide.
—Os ruego que me perdonéis si mi respuesta os pareció ligera —contestó Carlos Darnay— Creo que es una cuestión que no vale la pena, aunque a vos parece importaros mucho. Os repito, a fe de caballero, que hace mucho tiempo que había olvidado tal cosa, lo cual no tiene gran mérito, porque aquel día me prestasteis un favor inmenso.
-----------------
—Hablaba de mi deseo de que seamos amigos. Ya me conocéis; sabéis que soy incapaz de cualquiera cosa noble y elevada, y si lo dudáis preguntad a Stryver.
—Siempre he preferido formar mis opiniones por mí mismo.
—Perfectamente. Ya sabéis que soy un perro vicioso que jamás ha hecho bien alguno ni lo hará.
—No estoy muy seguro de que “no lo haréis”.
—Os lo aseguro. Pero vamos al asunto. Si podéis soportar a una persona tan indigna como yo y permitís que venga a vuestra casa de vez en cuando, para entrar y salir cuando me convenga y que se me considere sencillamente como un mueble o algo por el estilo, me consideraré feliz. Puedo añadir que no abusaré de vuestro permiso y estoy seguro de que no os molestaré cuatro veces por año, aunque me gustaría saber que abuso.
—Probadlo.
—Es un modo de decirme que me concedéis lo que pido. Muchas gracias, Darnay. ¿Me permitís que use de ese permiso?
—Desde ahora estáis autorizado.
Se estrecharon las manos y Sydney se alejó de Darnay.
Un minuto después era, exteriormente, tan insubstancial como siempre.
---------------------
—¿Qué tienes? ¿Estás preocupada?
—Sí, querido Carlos —contestó la joven.— Tengo algo que decirte.
— ¿Qué es ello?
— ¿Quieres prometerme no preguntarme si te ruego que no lo hagas?
—Te lo prometo.
—Creo, Carlos, que el pobre señor Sydney Carton merece más consideración y respeto del que has expresado esta noche.
—¿De veras, querida mía? ¿Por qué?
—Te ruego que no me lo preguntes, pero te aseguro que es así como te digo.
—Si lo sabes ya es bastante. ¿Qué quieres que haga, vida mía?
—Te ruego que seas siempre generoso, con él y que disculpes sus faltas cuando no esté con nosotros. Te ruego que creas que posee un corazón que pocas veces se revela y que está cubierto de profundas heridas. Créeme, querido mío, que lo he visto sangrando.
—Me duele —contestó Carlos asombrado— haberle tratado mal. Pero nunca me figuré eso de él.
—Pues así es. Temo que no hay esperanza de que pueda corregirse, pero estoy segura de que es capaz de hacer cosas nobles, buenas y hasta magnánimas.
Estaba tan hermosa en la pureza de su fe en aquel hombre perdido, que su marido no se habría cansado de contemplarla.
—Y además, amor mío, piensa en cuánta es nuestra felicidad y cuán desgraciado es él en su miseria.
Esta súplica llegó al corazón de Carlos, que exclamó:
—Siempre me acordaré de eso, amor mío. Lo tendré presente mientras viva.
---------------------
—¿Queréis contestar a una sola pregunta?
—Tal vez. Según sea. Dime cuál.
—En la prisión en que tan injustamente me vais a encerrar, ¿podré comunicar libremente con el mundo exterior?
—Ya lo verás.
—¿Voy a quedar encerrado, sin ser juzgado y sin medios de defenderme?
—Ya lo verás. Pero aunque así fuera, otros han sido enterrados en prisiones peores antes de ahora.
—Nunca por mi culpa, ciudadano Defarge.
-----------------
—Si las cosas se ponen malas para nuestro amigo, podré ir a verle una vez.
El señor Lorry mostró su desencanto.
—No he podido hacer más. Pedir demasiado sería poner en peligro a ese hombre y, como antes ha dicho, ya no podría ocurrirle nada peor si le denunciara. Este es el punto flaco de la cuestión.
—Pero el poder verle —observó el señor Lorry— no servirá para salvarle.
—Nunca dije que lo conseguiría.
-----------------
—Sois un hombre excelente y un verdadero amigo —dijo Carton con alterada voz.— Perdonadme si he observado que estáis afectado. No habría podido ver llorar a mi padre y permanecer indiferente, y os aseguro que no respeto menos vuestro dolor de lo que habría respetado el suyo.
Era tal la emoción que traicionaban sus palabras, que el señor Lorry, que desconocía su lado bueno, se asombró. Le tendió la mano y Carton la estrechó afectuosamente.
—Volviendo ahora al pobre Carlos —dijo Carton,— creo que no debéis decir a su esposa lo que hemos tratado aquí. No le habléis tampoco de mí, pues dadas las circunstancias ni siquiera iré a verla y lo que pueda hacer por ella lo realizaré mejor no viéndola. ¿Vais a visitarla ahora?
—Sí.
—Me alegro. Os quiere mucho. ¿Cómo está la pobre?
—Desde luego se siente muy desgraciada, pero está tan hermosa como siempre.
Carton profirió una exclamación que más bien parecía un sollozo y se quedó mirando el fuego tristemente.
------------
—Larga ha sido ya vuestra vida, señor Lorry.
—En efecto, voy a cumplir setenta y ocho años.
—Habéis sido siempre útil, siempre estuvisteis ocupado y gozasteis de la confianza y del respeto de todos.
—Me dediqué a los negocios desde mi primera juventud.
—Y ahora ocupáis un lugar envidiable. ¡Cuántos os echarán de menos cuando lo dejéis vacante!
—Soy un solterón —contestó el señor Lorry meneando la cabeza— y nadie llorará por mí.
—¿Cómo podéis decir eso? ¿No llorará ella?
—Sí, a Dios gracias. Es verdad.
—Si esta noche pudierais deciros que en vuestra larga vida no pudisteis conquistar el amor, el afecto o la gratitud de nadie y que nada hicisteis bueno o servicial digno de ser recordado, vuestros setenta y ocho años os parecerían setenta y ocho maldiciones, ¿verdad?
—Eso sería, efectivamente.
--------------
Era fácil adivinar adónde había ido. Carton tomó una taza de café y un poco de pan, y después de lavarse y cambiarse de ropa, se encaminó hacia el tribunal, en donde encontró, ya sentados, al señor Lorry, al doctor Manette y a ella junto a su padre.
Cuando se presentó su esposo, Lucía le dirigió una mirada tan alentadora y tan llena de amor y de conmiseración, aunque tan valiente por lo que se refería a la suerte que le esperaba, que él se reanimó inmediatamente. Y si alguien hubiese tenido ojos para observar el efecto que tal mirada ejerció en Sydney Carton, habría visto que fue exactamente el mismo que en el acusado.
----------------
—¡Adiós, querida alma mía! Con mi despedida y con mi amor recibe mi bendición. Ya volveremos a encontrarnos, en donde podremos descansar de nuestras fatigas.
—Tengo fuerzas para resistir mi desgracia y la tuya, querido Carlos. Dios me presta ánimo. No sufras por mí. Bendice a nuestra hija antes de separarnos.
—Contigo le envío mi bendición, y mis besos. Dile adiós por mí.
—Un momento, Carlos mío —exclamó al ver que trataba de alejarse.— No estaremos separados mucho tiempo, pues conozco que esto va a destrozarme el corazón. Mientras viva haré cuanto pueda, pero quiera Dios dar a nuestra hija amigos fieles, corno me los ha dado a mí cuando me vea obligada a dejarla.
-----------------
El doctor la había seguido y estaba a punto de caer de rodillas ante ellos, pero Darnay lo impidió, exclamando:
— ¡De ninguna manera! Ninguna falta habéis cometido para que os arrodilléis ante nosotros. Sabernos ahora cuánto sufristeis al conocer mi origen y que tuvisteis que vencer vuestra antipatía por mi nombre, en obsequio de vuestra hija. Os damos las gracias de todo corazón y con todo el amor que os profesamos.
El anciano no pudo contestar y Carlos añadió:
—No podía ocurrir otra cosa. De tantos crímenes no podía resultar nada bueno. Consolaos y perdonadme. ¡Dios os bendiga!.
-----------
Luego, cuando desapareció el preso se volvió hacia su padre y cayó desmayada a sus pies. Apareció entonces Carton, que había permanecido oculto y la levantó tembloroso de emoción y orgulloso de la carga que llevaba. La trasladó al carruaje que la esperaba y la dejó cuidadosamente sobre el asiento. A su lado se sentaron su padre y el señor Lorry, y Carton tomó asiento al lado del cochero.
Al llegar a la casa volvió a tomar a Lucía en brazos y la subió a su habitación, dejándola en un sofá, en tanto que su hija y la señorita Pross se quedaban llorando al lado de la pobre Lucía.
—No hagáis nada para que recobre el sentido —recomendó— porque está mejor así.
—¡Oh, querido Carton! —exclamó la niña abrazándole apasionadamente.— ¡Ahora que has venido sé que harás algo para ayudar a mamá y salvar a papá!
Él se inclinó hacia la niña, la besó y luego miró a la madre.
—Antes de que me vaya —preguntó,— ¿puedo besarla?
Se recordó luego que después de rozar con sus labios la mejilla de Lucía murmuró algunas palabras. La niña que estaba cerca de él, les refirió luego y repitió a sus nietos cuando era ya una vieja, que le oyó decir: “Una vida que amas.”
Hija de Lucia Manette and Sydney
-------------------
El señor Lorry siguió a Sydney Carton a la habitación exterior y le dijo:
—No tengo ya ninguna esperanza.
—Ni yo. Pero no os dejéis abatir. Di ánimos al doctor Manette solamente por saber que un día será un consuelo para Lucía saber que su padre lo intentó todo.
—Tenéis razón —contestó el señor Lorry enjugándose las lágrimas. Pero morirá, porque no hay esperanza alguna.
—Sí. Morirá. No hay esperanza —repitió Carton antes de marcharse.
---------------
—No tenéis tiempo de preguntarme nada ni yo lo tengo de explicaros nada tampoco. Limitaos a obedecerme. Quitaos vuestras botas y poneos las mías.
Carton hizo sentar al preso en una silla y se descalzó.
—No es posible una evasión, Carton —dijo Carlos— .Solamente conseguiréis morir conmigo. Es una locura lo que intentáis.
—Sería un loco si os recomendara escapar, pero no os he dicho tal cosa. Cambiemos de corbata y de levita.
—¡Es una locura, querido Carton! —repetía.— Os ruego que no aumentéis con vuestra muerte la amargura de la mía.
-------------
Carta que Carlos escribió bajo la dirección de Sydney
“Si recordáis la conversación que tuvimos, hace ya mucho tiempo, comprenderéis fácilmente lo ocurrido. Sé que entonces recordaréis lo que os dije, pues vos no sois de las personas que olvidan pronto.
“Doy gracias a Dios de que se haya presentado la ocasión de probar la sinceridad de mis palabras. Lo que hago no ha de ser causa de dolor ni de pesadumbre.”
—“De haber sido de otra suerte...” —dictó Carton.
Pero ya la pluma se había caído de manos de Carlos, ante cuya nariz estaba la mano de Carton.
---------------------
—¿Querrás permitirme, ciudadano, que tenga tu mano entre la mía cuando salgamos? No me falta valor, pero eso me daría mucho ánimo.
Y mientras los ojos pacientes de la niña se fijaban en él, observó que en ellos se pintaba primero la duda y luego el asombro. Carton oprimió los flacos dedos, y los llevó a sus labios.
— ¿Vas a morir por él? —murmuró ella.
—Y por su mujer y su hija.
----------
—Quisiera preguntarte una cosa —dijo ella.
—Pregunta lo que quieras, dulce hermana mía.
-¿Crees que tendré que aguardar mucho la llegada de las personas que me son queridas, en el mundo mejor en que muy pronto nos hallaremos tú y yo?
—No, querida mía. Allí no existe el tiempo, ni se conocen los dolores o las pesadumbres.
—¡Cuánto me consuelan tus palabras! ¿He de besarte ahora? ¿Ha llegado el momento?
—Sí.
Ella lo besa en los labios y él la besa también. Solemnemente se bendicen una a otro y la mano de ella no tiembla cuando ha de soltar la de su amigo.
-----------------
Una de las más notables víctimas de la Guillotina, una mujer, solicitó, al pie del catafalco, que le permitieran consignar por escrito las ideas que le inspiraba. Si Cartón hubiese podido consignar las suyas y éstas hubieran sido proféticas, habría escrito:
“Veo a Barsad, a Cly, a Defarge, a La Venganza, a los jurados, al juez, a la larga fila de opresores de la humanidad, que se han alzado para destruir a los antiguos, caer bajo esta misma cuchilla, antes de que deje de emplearse en su actual función.
”Veo las vidas de aquellos por quienes doy la mía, llenas de paz, útiles a sus semejantes, prósperas y felices, en aquella Inglaterra que no veré ya más. La veo a ella con un niño en su regazo, que lleva mi nombre. Veo a su padre, anciano y encorvado, pero con la mente despierta y útil a todos los hombres. Veo al bondadoso anciano, su amigo desde hace tantos años, enriqueciéndoles, dentro de diez más, con cuanto posee e ir tranquilo a recibir su recompensa.
”Veo que en los corazones de todos ellos tengo un santuario, y también en los de sus descendientes, durante varias generaciones. La veo a ella, ya anciana, llorando por mí en el aniversario de este día. Veo a ella y a su marido, terminado ya su paso por el mundo, descansando uno al lado de otro en un lecho de tierra, y sé que cada uno de ellos no fue tan reverenciado como yo en el corazón del otro.
”Veo que el niño que ella tenía en su regazo y que llevaba mi nombre es ya un hombre que con su talento se abre paso en la carrera que fue mía. Le veo alcanzar tantos éxitos, que mi nombre, ya limpio de las manchas que sobre él arrojé, se hace ilustre gracias a él. Le veo convertido en el más justo de los jueces, honrado por los hombres y educando a un niño de cabellos rubios, que también llevará mi nombre, al que referirá mi historia con alterada voz.
”Esto que hago ahora, es mejor, mucho mejor que cuanto hice en la vida; y el descanso que voy a lograr es mucho más agradable que cuanto conocí anteriormente.”
------------------------
No hay comentarios.:
Publicar un comentario